Una noche para cenar

Después de un día ajetreado, llendo y viniendo con informes, carpetas y gráficos estadísticos de varias empresas, me detuve en uno de mis restaurantes preferidos de New York: La Belle Rose.

Pedí una discretita mesa para dos personas en un rincón algo apartado y con la suficiente y no demasiada luz cálida y apacible que daba al lugar un ambiente realmente cómodo. Pronto un amable camarero se acercó hasta mi mesa para saber qué iba a pedir. Le hice saber que por ahora sólo tomaría champán. Y sin rechistar fue a por la botella y me sirvió en mi copa.
Tras el primer sorbo, comencé a recordar viejos tiempos, cómo había comenzado mi peculiar e inimaginable aventura, y la de extraños y divertidos sucesos que había vivido.

Y allí me encontraba yo, solo, bebiendo de mi copa de "Premier cru", con la vista distraída en cualquier detalle ya valorado de aquel restaurante, y pensando en recuerdos que ya no significaban nada para mi, pero que siempre me gustaba hacer reaparecer.