De compras con Alice

Dejé mi coche en el aparcamiento del centro comercial de Nueva York. Abrí la puerta del deportivo. En ese lugar hacía un calor espantoso. Me bajé y esperé a que Alice se posara. Luego cerré el coche apretando un botón en el llavero. Comencé a caminar hacia unas escaleras mecánicas que subían hasta el centro comercial.

-Bien, aquí estamos.

Seguí a Hope en silencio, mordiéndome el labio ligeramente asustada ante el gentío que alborotaba sin cesar las puertas del centro comercial, bastante desagradada por la temperatura ardiente que se respiraba en el aire.
- Directora Hope, si le apetece puedo hacer las compras a mi aire y encontrarnos ambas más tarde por aquí. No quiero obligarla a que me acompañe de tienda en tienda... Solo dígame si hay algo especial que necesite para el curso.

-Tranquila, te acompañaré, si no te importa, claro-percibía cierta incomodidad proviniendo de Alice-. Y de momento, sólo deberías comprar unos cuadernos y unos bolígrafos para tomar notas ¿A dónde quieres ir primero?

- No, no me importa en absoluto.- traté de sonreír, a pesar de que no parecí demasiado convincente. No era que me incomodara su presencia, más bien al contrario, pero me sentía una pesada carga para todas las personas que me habían rodeado en las últimas horas.
Pasamos la tarde de tienda en tienda, ultimando, gracias a la generosidad de Edward, los preparativos de mi Nueva Vida. Me sentía exhausta cuando al fin, llevando entre ambas un montón de bolsas, nos sentamos en uno de los bancos del centro comercial.
- Muchas gracias, Directora Hope. Creo que habría tardado siglos sin su ayuda... ¿Quiere hacer usted algo en particular? Porque, si no es así, me gustaría dar un paseo por los anitguos lugares que habité.

Pasamos de tienda a tienda. Al acabar, ambas llevabamos demasiadas bolsas. En ese momento, eché de menos poder usar mi poder de telekinesia. Había sido agradable desconectar de todas mis obligaciones. A la pregunta de Alice respondí:

-Yo no tengo que comprar nada, además no creo que pudiesemos llevarlo todo-reí-Y puedes llamarme Melinda. "Directora" me hace sentir vieja-sonreí de nuevo-. Ven, volvamos al coche.

Me encantaba conducir, me relajaba, y me daba la sensación de libertad de la que carecía normalmente. Bajé las escaleras mecánicas mientras tarareaba alegremente una canción que había escuchado por la radio.

Salté las escaleras de dos en dos, sonriendo ante la felicidad de la mujer. Tenía una personalidad bastante propensa al contagio de las emociones ajenas.
Acto seguido, y con ayuda de Melinda, cargué todas las compras en el maletero de su coche y me dispuse a entrar.
- En mi vida había ido de compras.- murmuré.

Entré en el coche después de que Alice y yo dejásemos todas las compras en el maletero y me abroché el cinturón. Pusé las llaves en el contacto y arranqué.

-Espero que te haya gustado. Si alguna vez quieres volver, no dudes en decírmelo-Salimos del parking-. Bueno, guíame.

- Bueno, Melinda, la verdad es que no he tenido muy buenas compañías de juventud...- agaché la cabeza.- Circunstancias de la vida, creo. Así que si te digo que vayamos a los suburbios... bien, espero que no me lo tengas en cuenta.
Miré por la ventana la ajetreada ciudad y su ritmo tardío. No iba a echarla mucho de menos.

-Comprendo perfectamente que no todos tenemos las mismas condiciones de vida. Por eso...-Por eso abrí la academia-. Bien, ya estamos aquí.

No era el mejor lugar para aparcar el coche, pero no le presté atención a ese hecho. Mis tacones resonaron por la calle mientras me bajaba del automovil.

Mis deportivas se deslizaban rápido por las aceras llenas de vómito y sangre, a las cuales yo ya estaba acostumbrada. Casi corría, embargada por la emoción que le producia el lugar familiar.
Entré en una de las casas maltrechas, cuya puerta estaba hecha pedazos. Y, para mala sorpresa mía, todas las deterioradas habitaciones estaban vacías.
En aquel momento sentí frío.
Miedo.
Angustia.
Dolor.
Y náuseas.
De nuevo el frío.
Una lágrima corrió por mi mejilla.
- Yo...

-Tranquila-dije intentando calmarla mientras le pasaba una brazo alrededor del cuello, intentando transmitirle tranquilidad. La verdad es que no sabía como reaccionar.

No comprendía del todo lo que pasaba, pero al ver ese vacío lugar, algo le había pasado a Alice. Notaba un amargo sentimiento viniendo de ella.

-Tranquila-repetí-. Puedes llorar si quieres.

A pesar de las amables palabras de Hope, eso no hizo que me sintiera mejor. El dolor era demasiado reciente como para poder articular palabra o para permitirme siquiera llorar. Por ese motivo, fui deslizandome poco a poco hacia el suelo, cayendo de rodillas y con la cara oculta entre las manos.
En aquella casa, había habitado lo más parecido a una familia que yo llegaría a tener jamás. Y no podía creer que me hubiesen abandonado.

Ese momento fue como si apretasen un botón de pausa en mí. No sabía que hacer, ni que decir. Me agaché preocupada e intenté cruzar una mirada con Alice. Le puse mis manos sobre los hombros.

-Puedes confíar en mí... Tranquila...

- Se han ido.- murmuré temblorosa.- Se han ido sin decir nada. Si yo no os hubiera encontrado a vosostros... ahora... ahora...
"Ahora estarías sola" Concluí en mi mente.
Por fin, poco a poco, las lágrimas fueron aflorando a mi rostro. Necesitaba el consuelo humano que Melinda me ofrecía, así que la abracé con cierta timidez para descargar toda mi trsiteza en su hombro desconocido.

-Pero nos has encontrado, ¿verdad? Nunca te dejaremos sola-afirmé, categoricamente. Mi voz era suave, pero también confiada y tajante.

Dejé que se desahogara tranquilamente mientras la abrazaba, era lo mejor.

-Creo... que será mejor que no nos quedemos aquí mucho más...-susurré.

Estaba demasiado afectada, de modo que asentí con la cabeza y traté de ponerme en pie. Noté que me mareaba sutilmente, pero traté de hacer caso omiso.

-Ven, te llevo hasta el coche, necesitas descansar.

La sujeté como pude para evitar que se cayese y la llevé con cuidado a través de la vacía casa. Nuestros pasos producían eco en los pasillos. No hizo falta abrir la puerta, ya que colgaba de las visagras. Caminamos una vez más hacia el vehículo.

Una vez me senté en el coche, me relajé un poco, quizás por el hecho de sentir el asiento firme debajo de mí. Me sentía indefensa, pequeña y ridícula. No estaba acostumbrada a ello. Enterré la cara entre las rodillas y me quedé allí, sin saber que hacer o que decir.

Antes de hacer nada, me giré sobre el asiento, hasta quedar mirando a Alice, que se había encogido. Realmente le había afectado todo lo de la casa. Me mordí el labio inferior y la miré con dulzura.

-No tienes que pensar en eso ahora. Todo irá bien.

"Sí".- me repetí a mí mimsa mentalmente.- "Todo irá bien"
- Creo... creo que me vendría bien descansar...- logré articular, no sin esfuerzo. Tenía la boca seca de puro espanto. No obstante, poco a poco volvía a ser dueña de mí misma.- Gracias Melinda... Por todo.

-Encantada de ayudarte-sonreí-. Vamos ponte el cinturón, volvemos a casa

Arranqué sin mayor problema y salí de aquel barrio que tanto daño le producía a mi alumna, con el deseo de que la academia la ayudase a superarlo.

Tras obedecer y ponerme el cinturón, contemplé el paisaje a través de la ventanilla pensativa. Estaba dejando atrás una parte de mí misma y me sentía tan fría... Después de haber llorado, estaba insensible a todo.

((OFF:Volvemos a Quebraderos de cabeza))