Brillar

El bar estaba lleno. Miré desde una esquina del escenario antes de salir, sólo para incrementar mis nervios en gran medida. Comencé a dar vueltas en círculos. ¿En qué me había metido? Estaba a punto de hacer el más sonado de todos los ridículos en medio de un local lleno a reventar. Al principio, sólo era para pasármelo bien, así que acepté la proposición de cantar en público de un amigo de mi madre que tenía un bar, ¡pero no sabía que era un maldito centro de reunión de moda!

Me mordí el labio, dejé que me temblasen las rodillas y comencé a desquiciarme de puro nerviosismo. Era demasiada gente. Si fallaba en algo, se reirían de mí, y a nadie le gusta que se rían de uno mismo. Estaba a punto de echar a correr cuando el dueño, el amigo de mi madre, me detuvo, con cara de sorpresa por mis gestos exagerados. Me obligó a darme la vuelta y a dirigirme hacia el escenario.

-Venga, vamos, te toca.-dijo, con tono seco y voz áspera.

-No sé si podré...

-No puedes dejarme tirado ahora.-me interrumpió él, y me empujó hacia el escenario tras darme un micrófono.

Por un momento, pensé que las miradas de la gente atravesándome me iban a superar. Me sudaban las manos. Tomé aire, concienciándome. Los primeros versos fueron algo flojos, tímidos, torpes. Pero ninguno se rió de mí, así que fui ganando confianza. En a penas unos segundos, el escenario que me aterraba, se convirtió en una especie de campo de juego que dominaba por completo.

La canción terminó y los aplausos llegaron nítidos a mis oídos. Pedían otra canción.

((OFF: La canción es: ))

Estaba bien entrada la noche cuando decidí entrar a tomar algo en un bar, me senté en una de las mesas del fondo y pedí una cerveza, luego comencé a observar mi alrededor, fue entonces que me fijé en el escenario, lo que me llamó la atención fue la voz de la joven que lo ocupaba. Su voz era dulce y melodiosa, lo cual me encantó, le miré ensimismado y bebí un trago de mi bebida.

Bajé del escenario, cansada y, a la vez, entusiasmada. Dejé el microfono sobre una mesa y busqué con la mirada un sitio libre para descansar un poco. Todo estaba ocupado, pero un chico estaba solo en una mesa, así que decidí pedirle que me dejara sentarme con él, aunque sólo fuese un momento. Me acerqué y, con la voz aún quebrada, le dije:

-Hola, ¿puedo sentarme?-le sonreí, parecía sólo un poco mayor que yo.

Sonreí.
-Claro.-dije y señalé una de las sillas.-Una muy buena actuación, tienes una voz preciosa.

-Gracias. Soy Mitchie-dije mientras pedía un refresco-. Me alegro de que te hay gustado.

-Evan Christensen.-dije sonriendo.-Un placer. Hay que ser muy valiente para salir al escenario y cantar delante de tanta gente con tanta seguridad como tú.-dije y bebí un trago de mi bebida.-¿Cúantos años tienes?, si no te molesta la pregunta, claro.

-Dieciocho-dije, cogiendo la bebida que me traía el camarero-. No me molesta en absoluto. Te toca hablar a tí.

-21 años...aún joven.-me reí.-¿No se preocupan tus padres de que estes a estas horas por aquí sola?

-¿Me tomas el pelo?-pregunté divertida-. Mis padres están en Los Ángeles, durmiendo en su cómoda cama. Y soy mayor para cuidarme. Tú no es que seas viejo, tampoco.

Me reí ante su comentario, sabía lo que era sentirse libre a la mayoría de edad.
-Buena respuesta.-sonreí, fue entonces que uno de los camareros paseaba con unas velas por el lugar, su mala suerte fue tropezar cerca de Michelle, pude ver como las velas caían sobre ella, antes de que esto pasase, con un suave gesto de muñeca las aparté. Luego nervioso, me di cuenta de que todos me habían visto.-¡Cuidado!

Ví como las velas caían a escasos centímetros de mí y suspiré tranquila. No pude evitar echar una mirada de recriminación al camarero. Luego, volví a centrar los ojos en Evan, que parecía extrañamente nervioso.

-Que suerte...-suspiré.

Desvié la mirada.
-Sí...-sonreí con nerviosismo, quizás nadie se hubiese dado cuenta.-Hoy en día nunca se sabe que puede pasar...

-Vaya, si que te ha afectado. ¿Estás bien?-pregunté preocupada, irguiendome en la silla y acercándome un poco a él.

-Sí, el fuego...no es que me agrade demasiado.-mentí desviando demasiado.-Y acabo de conocerte, no me gustaría que nuestra charla terminase tan pronto.-sonreí.

-Evan...-dije, sonriendo tiernamente-. Mientes un poco mal, ¿nunca te lo han dicho?

-Es la primera vez...¿`por qué debería mentirte?, apenas te conozco.-me justifiqué.

Suspiré. Si quería jugar, se había topado con una experta.

-No sé que ocultas y, en cierto modo, puede que no sea de mi incumbencia, pero no soy idiota. Has desviado la mirada, como si tuvieras miedo del contacto visual, eso significa mentira.

-O timidez, no siempre para mentir hay que desviar la mirada.-me reí.

-Mientras no me digas que vienes de Marte y que eres verde, no me sorprenderías. Creeme, estoy acostumbrada a cosas peores que a los secretos de un veinteañero.

-Un trato, tú me cuentas un secreto y yo a ti otro, soy cotilla.-bromeé.

-Hum... De acuerdo, pero empiezas tú, que los tradicionalismos no me gustan.-dije, sonriendo.

-Uh, eso no puede ser, aunque no te guste las damas primero, ¿qué clase de caballero sería si no fuese así?-me reí.

-Pues uno sin brillante armadura. Pero es hora a pasar del caballo al coche, Sir Evan-respondí-. Si quieres ser educado, respondeme, yo he preguntado primero.

-Eres más terca que una mula, no vas a ceder, ¿verdad?-sonreí resignado.-Tienes que prometer que pase lo que pase, nadie sabrá esto nunca, y mucho menos que te asustarás o me venderás.

Puse cara de Póker, suponiendo que sólo quería impresionarme.

-Tranquilo, no pienso venderte. No por menos de un buen descapotable-reí-. En serio, soy de fiar.