Tensión

El sonido de mis pasos fue amortiguado por la lujosa moqueta que cubría los extensos pasillos de la mansión, aunque, con los playeros que llevaba, tampoco hubiese producido demasiado ruido si caminase sobre un suelo de piedra. Era demasiado temprano, quizá sólo las seis de la mañana, pero no había podido dormir en toda la noche. Había estado dando vueltas entre las sábanas que cubrían mi cama durante horas, intentando ceder al sueño. Estaba muy alterada.

Seguí caminando hasta que encontré una puerta que daba al exterior. Mis ojos vagaron sobre la manilla y la puerta se abrió sola, cumpliendo mis órdenes. Cerré la puerta detrás de mi silenciosamente, de nuevo sin tocarla. El aire frío me recibió en forma de ráfaga en cuanto puse un pie fuera de la academia. No le presté la menor importancia, aunque el chandal negro era bastante fino y no abrigaba demasiado. Continué mi camino, agradeciendo la idea de haber recogido mi pelo en una coleta, ya que el aire gélido me hubiese despeinado en un momento y tendría que andar apartandome los mechones de la cara. Cada vez que respiraba, una densa cortina de vaho aparecía ante mis ojos.

Abrí y cerré el gimnasio de la misma manera que lo había hecho con la puerta de la mansión. Por fin estaba allí. Tenía unas intesas ganas de hacer algo, de descargar todos los sentimientos que había acumulado en pocos días. Ya no se trataba de mi trabajo, era un asunto más preocupante. Se habían registrado sucesos demasiado extraños para ser naturales. Tenían que ser obras de mutantes. No me importaba mucho lo que hiciese la comunidad a la que pertenecía, pero había muerto gente. "Civiles" había dicho la mujer del telediario. "Personas", había pensado yo. "Persona con rostro, familia y amigos que en estos momentos estás sufriendo sólo porque un mutante se ha querido hacer notar".

Tenía amigos mutantes en todas las esferas, y sabía que el número de terroristas, <<liberales>>, como ellos se hacían llamar, estaba aumentado a buen ritmo. Busqué con la mirada. Hacía demasiado tiempo que no entraba en el gimnasio, pero tenía la certeza de que lo que quería usar seguía allí.

En cuanto vi el enorme saco de boxeo que pendía del techo, sujeto a una cadena, me dirigí a él con paso ligero. Acaricié la superficie con el dorso de la mano y me separé un par de pasos cortos del objeto colgante. Quizá debía calentar antes de empezar, pero tenía la inquietante necesidad de golpear algo con todas mis fuerzas.

Mi puño derecho impactó en el centro, sin producir a penas sonido e impulsando el saco hacia atrás un par de centímetros. El golpe con la otra mano no esperó más de un segundo. Me mantuve golpeando un par de minutos. Agarré el objeto, que a esas alturas ya se balanceaba violentamente y lo detuve. Apoyé la cabeza contra él y cerré los ojos. Recuerdos de lo visto en el telediario me asaltaron. Cuerpos muertos esparcidos por todos lados. Incluso niños. Apreté los labios hasta que se convirtieron en dos finas líneas blanquecinas y me hice daño. Volví a separarme.

Al primer puñetazo, esta vez le seguió una potente patada y luego otra. Tenía la respiración entrecortada y de vez en cuando emitía algún quejido solitario. Notaba las piernas doloridas, pero no me detuve y, a cada golpe, iba aumentando la potencia del impacto. Cada arremetida podría haber roto un hueso. Giré sobré mí misma y alcé la pierna derecha, volviendo a golpear el saco de boxeo. Pero la patada no fue lo único que descargué en esa ocasión. Sentí una potente ráfaga psíquica que brotaba de mí involuntariamente en dirección al objeto colgante.

Un sonoro crujido. Alcé la vista hacia la pared de enfrente. Los dos golpes combinados, tanto fisico como mental, habían roto la cadena, desplazado el saco, haciendo que se estrellase en la pared, agrietándola. Chasquée la lengua y maldije en voz alta

-Mierda... Ahora tendré que mandar que arreglen eso...